jueves, 2 de enero de 2014

Sobre "Cristo Barroco" de Daniel Rojas Pachas [por Paolo Astorga]



Cristo Barroco
Daniel Rojas Pachas
Ediciones Orem, 2012



Con Cristo Barroco, el poeta peruano radicado en Arica Daniel Rojas Pachas (Lima, 1983) nos presenta un libro donde el verbo se nos presenta posmoderno en un espacio cosmopolita. La ciudad es el lugar para una poética de la reconstrucción entre la violencia y la ternura. Los poemas se nos presentan como posibilidades para la performance, para construir identidades aparentes y explorar los límites de la significación. Lo barroco no es solo el éxtasis nacido del hastío y la vaciedad, sino que es ante todo una invitación para que el sujeto sea muchos otros, en esta brevedad eyaculativa que es la vida misma sobre el tiempo que nos devora:

(…)
un tráfico de revelaciones propuestas
como el sonido para un ciego,
como ebrias miradas que mienten ante un origami de unicornio…


Por encima de cerros, plástico y verbo…
Un replicante, la pandilla, un torpe niño y detective,
van pariendo el dolor…

Todos esos momentos, se perderán en el tiempo.

El libro se construye como un ensayo por vivir. Las palabras cobran un orden y una significación ambivalente. En ese sentido, el tema de la felicidad como pasión inútil aparece y se desvía hacia el cuerpo sensible y doliente. Han muerto los discursos y se han convertido en ceniza reciclada. El poeta lo sabe y por ello nos dice:

La pregunta no encierra misterio alguno
¿Eres feliz?
La pregunta en todo caso era otra…
Y su misterio será mejor.
¿Por qué duele tanto?

                           “Voy a esperar en ese lugar donde el sol nunca brilla”
y hablar
desde la ingenuidad de la poesía, hablar con los puños, a gritos…
pretendiendo tartamudos, que aún puede decirse algo nuevo
o más incierto todavía…
Entenderse.

El poeta no intenta saber el motivo de su existencia o peor aún hace de ese aparente motivo existencial una causa intrascendente y por ende las identidades múltiples y variantes. En el libro, el discurso se nos presenta como un ejercicio libre de construcción contra la incomunicación, el dolor de la indiferencia y la soledad que devasta. Todo es configurado no como únicas e inequívocas metáforas emotivas, sino más bien, lo que se nos muestra son imposturas, el verbo que nos permite el escondite de nuestro ser y nos hace simular un movimiento.

Encerrados en un delirio caprichoso
jugamos a tientas con un puzzle astillado.
Dormimos este fracaso
Inconclusos deseos,
apacentados
como fichas que salpican en un mismo derrotero.
A sabiendas contenemos
elecciones poco usuales
y juntos
cual crédulos en carnaval
servimos esta cena de preguntas (…)

El poeta nos plantea un mundo sin eternidades; critica con su verbo testimonial la superficialidad de las relaciones que se convierten en reminiscencias de un tránsito hacia la nada. Vivimos como tentando ilusiones y situaciones que se nos presentan como eternas e infinitas, pero que rápidamente se desgastan y dejan ver la realidad detrás de la máscara, hasta mostrarnos al peso del amor como un ensueño inútil:

Es difícil encontrar dentro de nuestra especie
seres que atesoren la maravilla del silencio,
por eso he optado por renunciar al amor.
Aunque un día…
conocí de modo casual
a una niña que mordía su lengua al verme perdido entre mudos desvaríos,
compartimos unas tardes agradables,
el nebuloso azul de los cinemas
rumores y ecos inválidos agitando el barullo de las avenidas…
vidrios y agua
y cascajo reluciente
pero luego,
como mi preciada mudez
fuimos apaciguados por la memoria y la necesidad de crecer…
En ese momento…
me volví de modo irremediable y sentencioso,
un hombre
y tuve que decirte adiós,
como a un mal sueño.

Este intenso poemario nos plantea el problema existencial del “otro” como la extensión del yo. Hay una gran cuota de desenfado y sinceridad en las metáforas y a la vez la mezcla de la ternura y la violencia. El poeta se transforma en un escriba que testimonia lo insoportable del ser y sus gazapos, sin embargo se muestra atraído por las inconsecuencias de lo humano, por la ternura de lo sórdido por eso nos dice:

Los amo tanto… que no los soporto
duele verlos caminar
sus bostezos
un estornudo que salpica la comida
y oír las carcajadas…
Los miedos al lograr un acierto
las victorias propuestas entre cada problema que nos une.
No saben cuánto los amo
duele estar ungido por su carne
beber sorbos de sangre que cuaja en un cordón dilatado
y mirar a cada momento –atravesado por el error, conteniendo la náusea-
como se repite
cada hombre y mujer

Como vemos a lo largo del poemario la voz del poeta nos trata de convencer con sus simulaciones verbales, con su tentación por la configuración de una realidad. El mito se nos presenta como una ficción de la vida, un fluir de la conciencia y del tiempo que deviene en aglomeración de fragmentos y recuerdos:

I
Transitamos
repetidos
como una mala caricatura
Transitamos… repetidos
por calles sin historia…
muertas
que nada dicen del mañana…
transitamos
pues jamás tuvimos
tendrán
un ayer

El poeta sabe muy bien que “Todavía sufrimos esta fugacidad de la palabra”, se reconoce inestable y delirante, donde el único norte es la experimentación, llenar el enigmático silencio con gritos y gemidos, el poeta sabe que el papel lo aguanta todo y que el universo tiene el tamaño de nuestras inversiones, de nuestros miedos y anhelos en lo más cotidiano del existir:

(…)
he procurado comprender al mundo fuera de lo verbal,
llevando la escritura hasta sus últimas consecuencias…
y quién puede
contener en un soplo
la inmensidad del silencio
y pedirle que selle su magia a gritos.

En suma este libro nos plantea de forma interesante el proyecto creativo que Daniel Rojas Pachas ya lleva hace algunos años y que en este libro cobra matices más melancólicos, sin embargo hay un deseo excelso por la búsqueda de lo verbal, por el contar el mundo desde el delirio y la creación misma de la palabra poética. El poeta buscará siempre ese derrotero, la fantasía, el ensueño y la pesadilla como un modo de reencontrarse en carne viva con uno mismo.


Paolo Astorga

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