martes, 30 de marzo de 2010

Breve reflexión acerca de la oposición [Escrito por Daniel Rojas Pachas]

11:30

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Breve reflexión acerca de la oposición.

Autor: Daniel Rojas Pachas

I started a joke which started the whole world crying
but i didn't see that the joke was on me oh no
i started to cry which started the whole world laughing
oh if i'd only seen that the joke was on me

“Bee gees”

Entiéndase la oposición para fines de este breve artículo como una tensión necesaria dentro de una buena partida “capaz de aportar” no sólo al mejoramiento de los contendores sino del juego mismo. Se piensa en una homeostasis que en esencia implica el perfeccionamiento, la estrategia y autorregulación dentro de todo ámbito cultural en el cual se produce debate, intersubjetividad y contraposición activa o pasiva, pensemos en política, deporte y arte y todo en suma como un juego tendiente a motivar a los participes a anticipar movimientos, prepararse y valerse de talento mostrando que los mejores se edifican en la dialéctica que percibe la competencia como un diálogo fructífero.

En sentido contrario podemos apreciar cómo vivimos “hoy” en sociedad este proceso de delicado equilibrio haciendo gala de abanderamientos, rencor, venganza y apatía, nos abstenemos de opinar y contender, nos valemos de la queja, el escarnio, la ironía, sorna y rara vez aparece el compromiso genuino, por ello es fácil bajar el perfil al juego sintiéndose por encima de él como una excusa ante el miedo a participar o peor aún, asumiendo la competencia como una carrera llena de cortapisas.

En una dinámica de este tipo no hay ganadores, sólo un simulacro de triunfo (más bien de imposición de aquel que se considera a cualquier precio vencedor, humillando o negando el acceso a participar al otro). Esto perjudica a todos pues cierra las puertas a nuevos aportes y avances que truncan el crecimiento del juego, depredan lo existente y echan mano del pasado y su supuesto prestigio para decorar las apariencias de gloria anulando el surgimiento de nuevas voces y actores.

Me explico con un ejemplo: Pensemos en una partida de ajedrez. El jugador de las piezas blancas pierde ante su contendor. En una dinámica ideal el vencido aprenderá de su derrota en lugar de renunciar. Se preparará mejor, estudiará sus errores y buscará no repetirlos, creará una nueva lógica ante el juego lo cual ya es un aporte e innovación y formulará estrategias, teorías y métodos para jugar mejor y eventualmente ganar. Esto implica una partida diferente a la inicial en tal sentido, el jugador de las fichas negras si es inteligente, sabrá que debe perfeccionarse pues su retador está entrenando, no debería confiarse y engordar avalado por su triunfo pasajero pues el juego es constante. En otras palabras ambos deben estar a la altura del desafío, de la lid.

Pero eso como señalé, es el panorama ideal que aporta e impulsa al juego, a los contendores y al público en una tensión constante. Caso contrario es lo que vivimos pues el supuesto ganador más bien tiende en las partidas sucedáneas a acaparar las piezas del otro e impide la maduración de cualquier posible retador. Esto nos lleva a generar una atmósfera de mediocridad, sin antítesis que rebatan una verdad única, la del que detenta el poder y dominio de las fichas, aquel que en su gloria efímera y fantasmal se siente dueño del tablero y tiende a volverse pétreo en su juicio, déspota y paranoico pues siente que todos quieren eliminarlo de la partida cuando quizá, tan sólo quieren competir deportivamente y medirse. Pero cómo hacerlo si el acceso es negado, los canales de participación son mínimos y sólo se alientan juegos de exhibición, arreglados para aumentar el ego y fama del supuesto ganador.


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A juicio del redactor del artículo eso es lo que se entiende por ganar “hoy” un espectáculo de luces y humo listo a contentar a las masas inconscientes que se han visto relegadas del juego por la manipulación de los supuestos lideres y la desidia y conformismo generalizado que se alimenta en los individuos desde la formación inicial.

Imposibilitar y ningunear a cualquiera que se oponga, cercar el tablero, quebrar las manos y piernas de aquel que se destaca y hacer del mérito y cualidad del retador condiciones molestas y desequilibradas o de plano nulas, justifica el fin: “No exponer la falta de talento y miseria en una partida equitativa”.

En la práctica las medidas usuales para evitar que otro cobre valor son la trampa, arreglar la mesa y tener información privilegiada. Imaginen jugar poker con alguien que conoce de antemano las cartas de sus contendores.

Excluir al otro es también un método usual, se coloca un alto costo o imposible cuota de acceso demandando cierto grado de instrucción o patrimonio para participar en igualdad o simplemente participar. Esto es barbárico sobre todo cuando el disque ganador es juez y parte en la mesa e impide que otros se informen, crezcan y entrenen pues sus condiciones son paupérrimas y todo queda limitado al “hágalo usted mismo” y al espíritu de los autodidactas capaces en algunas ocasiones de sorprender desde los extramuros a los dueños de la maquinaria. Estilo Rocky o Daniel Larusso también conocido como Daniel San. Ficciones como está demuestran que el underdog o excluido puede dar vuelta al sistema y por tanto, en calidad de relatos pasan a formar parte de la consciencia mítica del hombre. Pensemos en historias que van desde David y Goliath hasta la nueva versión de Karate Kid pero al final sólo son un recordatorio de cuanta nobleza ha perdido el juego.



Ningunear y difamar es otra de las medidas comunes y de rigor dentro de una partida sucia. Hablo de escarbar en el pasado del contendor, cuestionar su idoneidad para ser parte de la mesa bajo juicios éticos y morales establecidos a sangre por los detentadores del tablero. Muchas veces dichas apreciaciones no tienen injerencia real en la partida y sólo son una excusa de control y disciplina. Algo similar ocurre con la falta de fairplay al querer lesionar física o psicológicamente al retador atacando su integridad, a los familiares o circunstancias de origen o crecimiento que ha tenido. Imaginen a dos ajedrecistas gritándose en medio de la partida para herir o distraer a su competidor. “Tu madre es tan gorda que se tiene que abrochar el cinturón con un boomerang” o “a tu hermana le dicen el semáforo”. Creo que se entiende la lógica disminuida de este tipo de juego.


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En síntesis, el objetivo del artículo es reflexionar en torno a cómo nos desenvolvemos en los diversos juegos que dan forma y sabor a nuestra existencia. Qué rol detentamos en el medio y cómo el miedo nos condiciona a excluirnos o abusar de nuestro poder. Quisiera por último llevar esto al plano de las artes y poner un ejemplo categórico de lo que sucede con la poesía en Chile a ojos de la crítica y los mismos escritores sin olvidar desde luego, a los lectores pues en conjunto los protagonistas de esta disciplina han propiciado la leyenda urbana del poeta único y los inútiles rankings que buscan establecer una “santísima trinidad” con nombres que compiten en una especie de Billboard criollo acomodando a Mistral, Neruda, Huidobro y De Rokha y sus respectivos espurios y clones en los escalafones de acuerdo al favoritismo o enojo de quien realiza la lista creando incluso escuelas de exclusión y proselitismo que en lo material, se traducen en el exceso de bulla ante un ídolo y la satanización o silencio de quienes piensan distinto. La cacería de brujas y canibalismo está a la orden del consumidor y se ha prolongado consuetudinariamente entre artistas, críticos, gestores, editores y administradores dentro del servicio de cultura hasta la saciedad. Está práctica patética de amiguismos y zancadillas podemos desacralizarla con una frase aguda de Parra: Los cuatro grandes poetas de Chile Son tres Alonso de Ercilla y Rubén Darío

El tema en definitiva es la actitud de los supuestos ganadores y de todos dentro de la partida lo que se resume en una broma sólo que esta humorada como reza el tema de los Bee gees, recae en nosotros mismos.


lunes, 29 de marzo de 2010

Estrenamos nuestro octavo especial de poesía en Revista Cinosargo - Marzo del 2010

5:47

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Estrenamos nuestro octavo especial de poesía en Revista Cinosargo - Marzo del 2010

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POETAS PRESENTES EN ESTA EDICIÓN



David Santos Arrieta ((Chile)))

Javier Flores Letelier (((Chile)))

Jorge Palma (((Uruguay)))

Paz Diez Taboada ((España)))

Ana Patricia Moya ((España)))

Ashle Ozuljevic ((Chile)))

Ingrid Chicote (((Venezuela)))

Javier Febo Santiago (((E.U-Puerto Rico)))



domingo, 28 de marzo de 2010

Breves apuntes sobre la desestructuración cultural y el mestizaje.

9:59

Breves apuntes sobre la desestructuración cultural y el mestizaje.

Autor: Daniel Rojas Pachas.

Frente a la noción de cultura en un “estado puro”, mirada estática y estructural, Roger Bastide privilegia la idea de “relación intercultural” como un proceso dinámico y flexible ajeno a miradas maniqueistas o polaridades que escinden el pensamiento y actuar del hombre en bueno o malo, correcto e incorrecto, superior e inferior, masculino y femenino. Esto sin duda desafía el concepto organicista que tendía a prestigiar un sistema cerrado, idéntico a sí mismo, homogéneo y capaz de desarrollarse con éxito y uniformidad mientras menos influencia tuviese de factores externos.

El cambio conceptual de Bastide se extiende más allá de lo teórico y penetra al ámbito ontológico de la realidad pues un término como “aculturación” antes pensado dentro del campo del conocimiento como un proceso negativo y perjudicial para las culturas pasa a entenderse como un fenómeno universal que se produce en formas y grados muy diversos que van desde la espontaneidad a la planificación y cuyas fases varían en importancia de acuerdo al contexto de la realidad en estudio.

Podemos agregar que Bastide con este cambio de paradigma llega al punto de invertir la terminología clásica y aquella perspectiva de los estudios otrora petrificantes e inmanentistas atreviéndose a señalar que la homeóstasis en que se desarrollan las sociedades y el individuo no debe entenderse como mera cultura, pues este término se refiere tan solo a un estado, a un momento de regulación espacio-temporal que se enmarca dentro de la mecánica constante de cambio, intervención, diálogo, intercambio, asimilación e incluso etnocidio, por tanto es más apropiado hablar de “culturación” pues ella refleja el constante flujo en que transitamos históricamente como usuarios y actores de prácticas que si bien, nos permiten estructurar la realidad, crear estereotipos que además podemos tipificar con nomenclaturas y taxonomías para su estudio y práctica metodológica, sin embargo, en la praxis rara vez se encuentran cristalizados e inamovibles como en un laboratorio o texto académico pues su pervivencia y difusión requiere de la constante adaptación, deconstrucción de jerarquías y reestructuración de formas de poder, mutación del lenguaje y sus códigos, alteración de la tipología de géneros y desde luego la suma de todos estos factores altera la operatividad de las instituciones.

Esto ataca la mirada de autores como Claude Lévi Strauss y agrega que más que hablar de estructura conviene trabajar los estudios culturales en términos de acción y transformar el concepto rígido de estructura a “estructuración”, “desestructuración” y “reestructuración”. Y agrega en su explicación que debemos eliminar la tendencia a ver la desestructuración peyorativamente analogando con error el concepto a desintegración, pulverización y erradicación de lo que se entiende por cultura, cuando por el contrario esta es una fase más del proceso a través del cual la realidad en que nos desenvolvemos evoluciona y se transforma, pues sin exagerar habitamos y convivimos en una fragmentación atravesada por relatos que se cruzan y retroalimentan en diversas instancias que no necesariamente son negativas o positivas, sino que simplemente son dentro del cambio.

Lo que en conclusión da a las ideas de filiación y pureza, un agotado carácter mítico.

Considerando el área de la semiótica, hermenéutica e intertextualidad vale la pena agregar y vincular lo expuesto por Roger Bastide frente a los aportes de Roland Barthes que señala:

La intertextualidad, condición de todo texto cualquiera qué sea, no se reduce evidentemente a un problema de fuentes o de influencias. El intertexto es un campo general de fórmulas anónimas cuyo origen raramente es identificado, de citas inconscientes o automáticas, dadas sin comillas. Epistemológicamente, el concepto de intertexto es lo que aporta a la teoría del texto el volumen de la socialidad: es todo el lenguaje, anterior y contemporáneo, que llega al texto no según la vía de una filiación identificable, de una imitación voluntaria, sino según la vía de diseminación. (Barthes 1968:1015).

Imagen que asegura al texto el estatuto no de una reproducción, sino de una productividad y agrega luego:

Esto es precisamente el intertexto: la imposibilidad de vivir fuera del texto infinito --no importa que ese texto sea Proust, o el diario, o la pantalla televisiva: el libro hace el sentido, el sentido hace la vida" (Barthes. 1974, p.49)

Esta mirada nos ha permitido transitar desde estudios netamente estructuralistas a teorías post-coloniales, teoría queer y abordar métodos valiosos como el semanálisis de Kristeva, lo cual me lleva a pensar en el valioso cambio de mirada de los creadores frente a la hibridación y el mestizaje a la hora de transponer una concepción cerrada y unívoca del texto, el sujeto y los géneros literarios.

Vale la pena escuchar como cierre a estas pequeñas ideas lo que dice Carpentier respecto al mestizaje.

sábado, 27 de marzo de 2010

Publicaciones de Cinosargo a la fecha (Revista Cinosargo, La Santísima Trinidad, Libros de Cinosargo)

12:13


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ESPECIALES DE POESÍA.


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Estrenamos nuestro séptimo especial de poesía revista Cinosargo


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Sexta edición especial de poesía Cinosargo enero del 2010


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Cuarta edición especial de poesía de Revista Cinosargo Marzo del 2009 Año I leer o descargar


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Ediciones especiales de Revista Cinosargo, Poesía publicada en Diciembre del 2008


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Edición febrero del 2010


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Tercera edición de La Santísima Trinidad de las cuatro esquinas.


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Segunda edición de La Santísima Trinidad de las cuatro esquinas.


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Intromisiones, radiogramas y telegramas de Wilfredo Carrizales - Antología de poesía y fotografía. (leer)



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"respirar puede ser un fracaso"


de Yamila Greco


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Aguante Barreda de Alejandro Colliard


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Antología de nuevos narradores Arica - Antofagasta


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Estrenamos Avisos (Des)Clasificados Vol I Colección de cuentos de Cinosargo 2008.


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Avisos (Des)Clasificados Vol II


Colección de cuentos de Cinosargo 2009


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Gramma: Editorial Cinosargo


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"Realidades Dialogantes"


Editorial Cinosargo



viernes, 26 de marzo de 2010

TALLER DE CONVERSACIÓN Y CREACIÓN LITERARIO M.A.L

5:43

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Click en la imagen para agrandar.


TALLER DE CONVERSACIÓN Y CREACIÓN LITERARIO


M.A.L

(Más allá de las letras)


DÍA: TODOS LOS SÁBADOS A PARTIR DE LAS 19:00 HORAS.

LUGAR: SALA 122 DE LA UNIVERSIDAD DE TARAPACÁ - CAMPUS SAUCACHE.

UBICADA EN EL EDIFICIO DE EDUCACIÓN - ENTRANDO POR 18 DE SEPTIEMBRE.

SIN COSTO DE INSCRIPCIÓN SEGUNDA SESIÓN SÁBADO 27 DE MARZO DEL 2010.



martes, 23 de marzo de 2010

El efecto de realidad por Roland Barthes

22:12


El efecto de realidad

Roland Barthes


Cuando Flaubert, al describir la sala donde se encuentra Mme. Aubain, la patrona de Felicidad, nos dice que “un viejo piano sostenía, debajo de un barómetro, una montaña de cajas y cartones”[1], cuando Michelet, al relatar la muerte de Carlota Corday cuenta que en su prisión, antes de la llegada del verdugo, ésta recibió la visita de un pintor que hizo su retrato, precisa que “al cabo de una hora y media llamaron suavemente a una pequeña puerta que estaba a sus espaldas”[2], estos autores (entre muchos otros) crean notaciones que el análisis estructural, ordinariamente ocupado hasta hoy en separar y sistematizar las grandes articulaciones del relato, deja de lado, sea porque excluyen del inventario (no hablando de ellos) todos los detalles “superfluos” (en relación con la estructura), sea porque se tratan a estos mismos detalles (el propio autor de estas líneas lo ha intentado)[3] como “rellenos” (catálisis), afectados de un valor funcional indirecto, en la medida en que al sumarse, constituyen algún indicio de carácter o de atmósfera y pueden ser así finalmente recuperados por la estructura.

Pareciera, sin embargo, que si el análisis pretende ser exhaustivo (¿y de qué valor podría ser un método que no diera cuenta de la totalidad de su objeto, es decir, de toda la superficie de la trama narrativa?), tratando de alcanzar, para asignarle un lugar en la estructura, el detalle absoluto, indivisible, la transición fugitiva, fatalmente debe enfrentarse con notaciones que ninguna función (incluso la mas indirecta) permite justificar: estas notaciones son escandalosas (desde el punto de vista de la estructura), o, lo que es aún más inquietante, parecen responder a una suerte de lujo de la narración, pródiga al punto tal de proporcionar detalles “inútiles” y de elevar así a veces el costo de la información narrativa. Pues si bien, en la descripción de Flaubert, es posible en rigor ver en la notación del piano un índice del tren de vida burgués de su propietaria y en la de los cartones un signo de desorden y abandono capaz de connotar la atmósfera de la casa Aubain, ninguna finalidad parece justificar la referencia al barómetro, objeto que no es ni incongruente ni significativo y no participa, pues, a primera vista, del orden de lo notable; idéntica dificultad se presenta en Michelet, para dar cuenta estructuralmente de todos los detalles: sólo el hecho de que el verdugo suceda al pintor es necesario a la historia: el tiempo que duró la pose, la dimensión y la situación de la puerta son inútiles (pero el tema de la puerta, la suavidad de la muerte que golpea, tienen el un valor simbólico indiscutible). Aun cuando no son numerosos, los “detalles inútiles” parecen pues inevitables: todo relato, al menos todo relato occidental de tipo corriente, posee algunos.

La notación insignificante[4] (tomando este término en sentido fuerte: aparentemente sustraída a la estructura semiótica del relato) se vincula con la descripción, incluso si el objeto parece no ser denotado sino por una sola palabra (en realidad, la palabra pura no existe: el barómetro de Flaubert no es citado en sí: está situado, incluido en un sintagma a la vez referencial y sintáctico); con esto queda apuntado el carácter enigmático de toda descripción, del que es preciso decir algo. La estructura general del relato, al menos la que ha sido analizada una y otra vez hasta el presente, aparece como esencialmente predictiva; esquematizando al extremo, y sin tener en cuenta los numerosos desvíos, retardos, cambios bruscos, saltos y decepciones que el relato impone institucionalmente a este esquema, se puede decir que a cada articulación del sintagma narrativo, alguien dice al héroe (o al lector, da lo mismo): si usted obra de tal manera, si usted elige tal alternativa, esto es lo que va a obtener (el carácter narrado de estas predicciones no altera su naturaleza práctica). Algo totalmente distinto sucede con la descripción, ésta no tiene ninguna marca predictiva; en tanto “analógica”, es estructura es puramente sumatoria y no contiene ese trayecto de elección y de alternativa que da a la narración el perfil de un amplio dispatching, provisto de una temporalidad referencial (y ya no sólo discursiva). Es ésta una oposición que antropológicamente tiene su importancia; cuando, bajo la influencia de los trabajos de von Frisch, los investigadores se lanzaron a imaginar que las abejas podían tener un lenguaje, fue necesario demostrar que, si bien estos animales disponían de un sistema predictivo de danzas (para recolectar su alimento), nada en el se acercaba a una descripción.[5] La descripción aparece así como una suerte de “particularidad” de los llamados superiores, en la medida, aparentemente paradojal, en que no es justificada por ninguna finalidad de acción o de comunicación. La singularidad de la descripción (o del “detalle inútil”) dentro de la trama narrativa, su aislamiento, apunta a una cuestión que reviste la mayor importancia para el análisis estructural de los relatos. Esta cuestión es la siguiente: en el relato, ¿es todo significativo? y si, por el contrario, existen en el sintagma narrativo algunas lagunas insignificantes, ¿cuál es en definitiva –si se nos permite la expresión- la significación de esta insignificancia?

En primer lugar hay que recordar que la cultura occidental, en una de sus corrientes mayores, de ninguna manera ha despojado de sentido a la descripción sino que le ha asignado una finalidad perfectamente reconocida por la institución literaria. Esta corriente es la retórica y esta finalidad es la de lo “bello”: la descripción tuvo durante mucho tiempo una función estética. La Antigüedad agregó muy pronto a los dos géneros expresamente funcionales del discurso, el judicial y el político, un tercer género, el epidíctico, discurso de aparato, destinado a la admiración del auditorio (y ya no a su persuasión), que contenía en germen –cualesquiera fuesen las reglas rituales de su empleo: el elogio de un héroe o necrología-, la idea misma de una finalidad estética del lenguaje; en la neorretórica alejandrina (la del siglo II de la era cristiana) se dio un fanatismo por la ekphrasis, fragmento brillante, desgajable (que tenía, pues, su fin en sí mismo, independiente de toda función de conjunto), cuyo objeto era describir lugares, tiempos, personas u obras de arte, tradición que se mantuvo durante la Edad Media. En esta época (Curtius lo señaló bien)[6], la descripción no está sujeta a ningún realismo; poco importa su verdad (o incluso su verosimilitud) no hay ningún inconveniente en poner leones y olivos en un país nórdico; sólo cuentan las, exigencias del género descriptivo; lo verosímil no es aquí referencial sino abiertamente discursivo: son las reglas genéricas del discurso las que dictan la ley.

Si hacemos un salto hasta Flaubert, descubrimos que la finalidad estética de la descripción es aún muy fuerte. En Madame Bovary la descripción de Rouen (referente real, si lo hay) está sometida a las presiones tiránicas de lo que hay que llamar sin duda lo verosímil estético; de ello dan fe las correcciones a que fue sometido este fragmento en el curso de seis redacciones sucesivas.[7] En él vemos en primer lugar que las correcciones no proceden en absoluto de una consideración más profunda del modelo: Rouen, percibido por Flaubert, sigue siendo siempre la misma, o más exactamente, si cambia algo de una versión a otra, es únicamente porque es necesario apresar una imagen o evitar una redundancia fonética reprobada por las reglas del buen estilo o aún “colocar” un hallazgo expresivo totalmente contingente[8]; vemos luego que la trama descriptiva, que a primera vista parece conceder una gran importancia (por su dimensión y el cuidado de su detalle) al objeto Rouen no es, de hecho, sino una suerte de fondo destinado a lucir la pedrería de unas pocas metáforas, el excipiente neutro, prosaico, que recubre la preciosa substancia simbólica, como si, en Rouen, sólo importaran las figuras de retórica a las que se presta la vista de la ciudad, como si Rouen sólo fuese notable por sus substituciones (los mástiles como una selva de agujas, las islas como grandes peces negros detenidos, las nubes como olas aéreas que rompen el silencio contra un acantilado); vemos finalmente que toda la descripción está construida con la intención de asimilar Rouen a una pintura, es una escena pintada de la que el lenguaje se hace cargo (“Así, visto desde lo alto, el paisaje entero tenía la apariencia inmóvil de una pintura”); el escritor cumple aquí la definición que Platón da del artista: un hacedor en tercer grado, puesto que él imita lo que es ya la copia de una esencia[9]. De este modo, aunque la descripción de Rouen sea perfectamente «impertinente» respecto de estructura narrativa de Madame Bovary (no se la puede relacionar con ninguna secuencia funcional ni con ni ningún significado caracterial, ambiental o sapiencial), no es en absoluto escandalosa sino que se halla justificada, si no por la lógica de la obra, al menos por las leyes de la literatura: su “sentido” existe, depende de la conformidad, no al modelo, sino a las reglas culturales de la representación.

Sin embargo, la finalidad estética de la descripción flaubertiana está totalmente impregnada de imperativos «realistas», como si en apariencia la exactitud del referente, superior o indiferente a toda otra función, gobernara y justificara, ella sola, el describirlo o –en el caso de descripciones reducidas a una palabra- el denotarlo; las exigencias estéticas se impregnan aquí -al menos a título de coartada- de exipencias referenciales: es probable que si uno llegara a Rouen en diligencia, la vista que tendría al descender la costa que lleva a la ciudad no sería “objetivamente”, diferente del panorama que describe Flaubert. Esta mezcla -este entrecruzamiento- de restricciones tiene una doble ventaja: por una parte, al dar un sentido “al fragmento”, la función estética detiene, lo que podríamos llamar el vértigo de la notación; puesto que en la medida en que el discurso no fuera guiado y limitado por los impulsos estructurales de la anécdota (funciones e índices), ya nada podría indicar por qué suspender los detalles de la descripción aquí y no allá; si no estuviera sometida a una elección estética o retórica, ninguna “vista” podría ser agotada por el discurso: siempre habría un rincón, un detalle, una inflexión de espacio o de color que referir; y, por otra parte, al poner el referente como real simulando seguirlo servilmente, la descripción realista evita el dejarse arrastrar a una actividad fantasiosa (precaución que se creía necesaria para la “objetividad” del relato); la retórica clásica había en cierto modo institucionalizado la imagen con el nombre de una figura particular, la hipotiposis, encargada de “poner las cosas ante los ojos del auditor”, no de un modo neutro como simple constatación, sino dejando a la representación todo el brillo del deseo (formaba parte del discurso vivamente ilustrado, de perfiles coloreados: la illustris oratio); al renunciar formalmente a las constricciones del código retórico, el realismo debe buscar una nueva razón de describir.

Los residuos irreductibles del análisis funcional tienen esto en común: denotar lo que corrientemente se llama “real concreto” (pequeños gestos, actitudes transitorias, objetos insignificantes, palabras redundantes). La “representación” pura y simple de lo “real”, el relato desnudo de “lo que es” (o ha sido) aparece así como una resistencia al sentido; esta resistencia confirma la gran oposición mítica de lo vivido (de lo viviente) y de lo inteligible; basta recordar que en la ideología de nuestra época, la referencia obsesiva a lo “concreto” (en lo que se exige retóricamente de las ciencias sociales, la literatura, las conductas) está siempre armada como una máquina de guerra contra el sentido, como si, por una exclusión de derecho, lo que vive no pudiera significar (ser significativo) y recíprocamente. La resistencia de lo «real» (bajo su forma escrita, por cierto) a la estructura es muy limitada en el relato de ficción, construido por definición sobre un modelo que, a grandes líneas, no sufre otras presiones salvo las de lo inteligible; pero este mismo “real” se vuelve la referencia esencial en el relato histórico que se supone refiere “lo que realmente ha pasado”: qué importa entonces la no funcionalidad de un detalle desde el momento que él denota “lo que ha ocurrido”: lo “real concreto” se vuelve la justificación suficiente del decir. La historia (el discurso histórico: historia rerum gestarum) es, de hecho, el modelo de esos relatos que admiten llenar los intersticios de sus funciones con notaciones estructuralmente superfluas, y es lógico que el realismo literario haya sido, con aproximación de algunos decenios, contemporáneo del reinado de la historia “objetiva”, a lo que hay que agregar el desarrollo actual de las técnicas, de las obras y de las instituciones fundadas en la necesidad incesante de autentificar lo «real»: la fotografía (testigo bruto de “lo que ocurrió allí”), el reportaje, las exposiciones de antigüedades (el éxito del “show” Tutankamón lo prueba bastante), el turismo de los monumentos y de los lugares históricos. Todo esto dice que se considera a lo “real” como autosuficiente, que es lo bastante fuerte como para desmentir toda idea de “función”, que su enunciación no tiene ninguna necesidad de ser integrada en una estructura y que el haber-estado-allí es un principio suficiente de la palabra.

Desde la Antigüedad, lo “real” estaba del lado de la Historia; pero era para oponerse mejor a lo verosímil, es decir, al orden mismo del relato (de la imitación o “poesía”). Toda la cultura clásica ha vivido durante siglos apoyada en la idea de que lo real no podía contaminar en nada a lo verosímil; en primer lugar, porque lo verosímil no es nunca más que lo opinable: está enteramente sujeto a la opinión (del público): Nicole decía: «No hay que mirar las cosas como son en sí mismas, ni tal como las conoce el que habla o escribe, sino sólo en relación con lo que saben los que leen o los que escuchan»[10], luego porque, se pensaba, la Historia es general y no particular (de ahí la propensión, en los textos clásicos, a funcionalizar todos los detalles, a crear estructuras fuertes y a no dejar, pareciera, ninguna notación bajo la sola caución de lo “real”); por último, porque en lo verosímil lo contrario nunca es imposible dado que la notación reposa aquí sobre una opinión mayoritaria, pero no absoluta. La palabra magna sobreentendida en el umbral de todo discurso clásico (sometido al antiguo concepto de lo verosímil) es: Esto (Sea, admitamos...). La notación “real”, parcelaria, intersticial se podría decir cuyo caso planteamos acá, renuncia a esta introducción implícita y, liberada de todo preconcepto postulativo, se ubica en la trama estructural. Por esto mismo hay una ruptura entre lo verosímil antiguo y el realismo moderno; pero por esto mismo también nace un nuevo verosímil, que es precisamente el realismo (entendamos por él todo discurso que acepte enunciados acreditados simplemente por el referente).

Semióticamente, el “detalle concreto” está constituido por la convivencia directa de un referente y de un significante; el significado es expulsado del signo y con él, por cierto, la posibilidad de desarrollar una forma del significado, es decir, de hecho, la estructura narrativa misma (la literatura realista es, sin duda, narrativa, pero lo es porque el realismo es en ella sólo parcelario, errático, confinado a los “detalles” y porque el relato más realista que se pueda imaginar se desarrolla según vías irrealistas). Aquí reside lo que se podría llamar la ilusión referencial[11]. La verdad de esta ilusión es la siguiente: suprimido de la enunciación a título de significado de denotación, lo “real” reaparece a título de significado de connotación; pues en el momento mismo en que se considera que estos detalles denotan directamente lo real, no hacen otra cosa, sin decirlo, que significarlo: el barómetro de Flaubert, la pequeña puerta de Michelet no dicen finalmente sino esto: nosotros somos lo real; es la categoría de lo “real” (y no sus contenidos contingentes) la que es ahora significada; dicho de otro modo, la carencia misma de lo significado en provecho sólo del referente llega a ser el significado mismo del realismo: se produce un efecto de realidad fundamento de ese verosímil inconfesado que constituye la estética de todas las obras corrientes de la modernidad.

Este nuevo verosímil es muy diferente del antiguo, pues no es ni el respeto por las “leyes del género”, ni siquiera su máscara, sino que procede de la intención de alterar la naturaleza tripartita del signo para hacer de la notación el puro encuentro de un objeto y su expresión. La desintegración del signo -que parece ser realmente el gran problema de la modernidad- está por cierto presente en la empresa realista, pero de un modo en cierta forma regresivo, puesto que se lleva a cabo en nombre de una plenitud referencial, en tanto que hoy, por el contrario, se trata de vaciar al signo y de hacer retroceder infinitamente su objeto hasta cuestionar, de un modo radical, la estética secular de la “representación”.

Escuela Práctica de Altos Estudios,

París, 1968

[1] G. Flaubert, «Un Cœur Simple» Trois Contes, París, Charpentier-Fasquelle, 1893. p. 4.

[2] J. Michelet, Histoire de France, La Révolution, vol. V, Lausana, Ed. Rencontre, 1967, p. 292.

[3] «Introducción al análisis estructural de los relatos», Communications, nº 8, Nov. 1966, p. 1-27).

[4] En este breve análisis no daremos ejemplos de notaciones «insignificantes» pues lo insignificante no puede denunciarse sino al nivel de una estructura muy vasta. Citada, una notación no es significante ni insignificante: necesita un contexto ya analizado.

[5] F. Bresson, “La signification”, en Problèmes de Psycho-linguistique, París, P.U.F., 1963.

[6] E. R, Curtius, La littérature européenne et le Moyen Age Latin, París, P.U.F. 1956, cap. X.

[7] Las seis versiones sucesivas de esta descripción son dadas por A. Albalat, Le travail du style, Armand Colin, 1903, p. 7 2 y ss.

[8] Mecanismo bien señalado por Valéry en Littérature cuando comenta el verso de Baudelaire: “La sirvienta de gran corazón...” (“Ese verso se le ocurrió a Baudelaire... Y Baudelaire continuó. Enterró a la cocinera en un jardín, lo que va contra la costumbre, pero según la rima, etc.”).

[9] Platón, República, X, 599.

[10] Citado por R. Bray, Formation de la doctrine classique, París, Nizet, 1963, p. 208.

[11] Ilusión claramente ilustrada por el programa que Thiers asignaba al historiador: “Ser simplemente veraz, ser lo que son las cosas mismas, no ser nada más que ellas, no ser sino por ellas, corno ellas, tanto como ellas.” (citado por C. Jullian, Historiens Français de XIX siècle, Hachette, s. d., p. LXIII).





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